El Alma de Las Cosas

El Alma de Las Cosas

Las cosas adquieren valor cuando se eligen, tienen sentido cuando se usan y son bellas cuando están donde deben estar.

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Un hilo invisible conecta los dedos con el corazón. ¿No me creés? Hacé la prueba. Agarrá un objeto de los miles que te rodean (uno que sientas especial, por algún motivo) y fijate qué pasa. No es magia ni esoterismo. Los minimalistas orientales y los expertos en orden occidentales recomiendan el mismo método: tocar las cosas para saber si se tensa ese hilo que conecta los dedos con el corazón.
¿Esa lámpara o ese reloj o ese muñeco irradian alegría? No es ningún secreto que existen objetos especiales. Alguna vez leí que en una casa de familia con cuatro integrantes puede haber hasta trescientos mil objetos distintos si contamos libros, lapiceras, cucharitas, medias o hisopos. Pero en esa multitud material sólo algunos pocos tienen un significado único: si un magnate de la prensa habría regalado todo su imperio a cambio del trineo destartalado que tenía cuando era niño (en El ciudadano, la última palabra del millonario es “Rosebud” y ése era el nombre de su juguete favorito) yo no me avergüenzo al confesar que en cada mercado de pulgas que visité tuve la fantasía de reencontrarme con el payaso viejo con el que dormía de chico. Las cosas adquieren valor cuando se eligen, tienen sentido cuando se usan y son bellas cuando están donde deben estar. La pensadora japonesa Hideko Yamashita dice que la elección de las cosas implica “tomar conciencia” de uno mismo: los objetos que usamos dicen tanto de ellos como de nosotros. Por eso, en mi mundo es tan importante la lámpara-bebé que al encenderse provoca una ligera sensación de terror, como ésas que tenía de chico cuando miraba “películas de miedo”, o el vaporizador eléctrico que crea una atmósfera de hogar sólo con el aroma de un cedro aunque las paredes estén desnudas y los libros, en cajas. Hacé la prueba porque funciona. Existen objetos que de nomás tocarlos dan un tironcito a ese hilo y despiertan algo dormido. Los dedos actúan y el corazón se enciende: es el alma de las cosas.

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