Episodio IX: Gambeta

Episodio IX: Gambeta

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Balón, esférico, globo, bola: muchas maneras de pedir la pelota. Y un sinfín de firuletes para hacer la gambeta. El habilidoso esquiva a un rival y a otro, se hace acompañar por el balón como si fuera un compañero de baile, cruza la defensa, encara el arco, apunta y patea: no importa que sea un manojo de medias, una número cinco de cuero o una Pulpo, ésa que pica hasta la luna. ¡Gol! Aún sin estar unidos por nada más que la pasión por el fútbol, la pelota parece una extensión sintética del cuerpo de él (distinta es la cosa para el torpe irremediable: como cualquier objeto que desafíe la ley de la gravedad, la pelota supone una amenaza contra su integridad física porque, maldita suerte, siempre va directo al tabique de una nariz particularmente quebradiza). Más que un objeto, la pelota es un talismán del orden de lo mágico: inicia al pibe en las primeras destrezas y conecta al mayor con su niño interior. ¿Hay equipo? Es conmovedor ver al grandulón que se desespera ante la posibilidad del picadito: no se sabe bien cómo, pero en la playa o el campito siempre aparece una pelota de algún lado, se materializa por la intensidad del deseo. Y más que un talismán, esta pelota es un trofeo: en tributo a la mítica número cinco, ésa que todos alguna vez pedimos o recibimos para un cumpleaños infantil, tiene dieciocho gajos de cuerina, exhibe las costuras sin pudores y rinde homenaje a la que se usó en Suiza 54, el primer Mundial de los cuatro que ganó Alemania. ¿En esa época el césped era blanco y negro? Las camisetas apretadas, los pantaloncitos subidos por encima del ombligo, los peinados cacheteados con gomina: a pura gambeta, el picado con esta pelota-trofeo nos devuelve al tiempo de nuestros abuelos. Y aunque sea bien robusta como todo lo que se fabricaba antes, y aguante cualquier gesta épica que dure noventa minutos, en los pies del habilidoso parecerá una seda porque vencedores y vencidos dirán lo mismo del goleador, con alegría o con pesar: “¡La descosió!”.

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